martes, abril 27, 2010

Ana, el novio y el Ferrari




—Mi novio dice que lo del Cielo de los curas es un comecocos para que nos portemos bien; que él lo cambiaría ahora mismo por un Ferrari aunque se mate en la carretera.


—Ya. ¿Y crees que te cambiaría a ti también por el Ferrari?

Ana no está segura.

—Creo que no.

—Pregúntaselo y, si te dice que no te cambiaría, le haces ver que el Cielo es como tú, pero mucho más; que no sea hortera.

—¿Y si me dice que me cambia por el Ferrari?

—Entonces..., ¡huye!
 
 
 
[Vía]

martes, abril 13, 2010

LO DE SESEÑA




El asesinato de una adolescente de 13 años en Seseña a manos de su compañera de clase, ha conmocionado a la sociedad. Inmediatamente se ha pedido un endurecimiento de la Ley del Menor. El juez de menores Emilio Calatayud, ha recordado que los centros de menores son cárceles, donde se oye a niños llorar. Para Calatayud, los juzgados reciben los efectos del problema, pero las causas se encuentran en el actual modelo de familia, escuela y medios de comunicación. 

En las formas actuales de convivencia familiar, prima el ajuste emocional entre los cónyuges sobre los hijos. Y para ajustarse emocionalmente, la educación sentimental que proponen los programas del corazón son circos de mujeres-hembra, brujas seductoras fracasadas, supermachos que golpean o prostituyen, divos con trastornos sexuales o de personalidad, que contemplan su diversidad como gloria y superioridad sobre el resto de los mortales. Lo importante es el exceso, lo espectacular. 

De tanto repetirlos, los jóvenes suponen que esas conductas son normales y los padres acaban renunciando a tomar partido y dejan que cada cual vaya a su bola y que los hijos “escojan lo que mejor les parezca cuando sean mayores”. En la escuela, los profesores están tan desbordados, que lo único que les preocupa es que los alumnos “estén sentados en las aulas”. Los políticos, sueñan con una escuela, instituto y universidad que ayude a aquellos que van a competir en el mercado. Y para vencer en ese mercado, en la economía del conocimiento y del saber, se valora un sólo conocimiento: el mercantil. Nuestra sociedad ha dejado de comunicar otros valores que no sean los bursátiles. 

Luego ocurren casos como el de Seseña y recurrimos a un ejército de psicoterapeutas que nos muestran la otra cara de la moneda: ansiedad, infantilismo, jóvenes que no salen de casa, porque lo tienen todo dentro y nada fuera de ella: sin estabilidad laboral, sin vínculos estables. De tanto repetir modelos de comportamiento marginales, se convencen de que nada es más antinatural que la familia natural de lazos estables y duraderos, con padre, madre e hijos, donde todos aprenden de todos, donde se aprende a exigir, a perdonar, a hablar en torno a una mesa cada día. 

Pero gracias a estas familias nos ahorramos muchos psicoterapeutas, policías, jueces. Para prevenir la desestructuración social, hay que ayudar más a la familia con horarios que favorezcan la conciliación familiar; con más ayudas del Estado por hijo. Es la mejor inversión. Y sobre todo, proteger a los más jóvenes, perdiendo el miedo a sancionar económicamente a aquellos medios de comunicación que se lucran con modelos de conducta lesivos para la convivencia mediante los Consejos Audiovisuales. Las televisiones  no son sólo empresas que venden publicidad. Son responsables, junto con los partidos políticos, los padres y sistema educativo de la desestructuración o la estructuración de nuestra sociedad. 

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domingo, abril 11, 2010

Nuevo invento revolucionario de lectura

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viernes, abril 09, 2010

EMILIO VARELA





 Fui a ver la exposición de Emilio Varela sita en la antigua Lonja de Alicante. Me llaman la atención, sobre todo, los cuadros y paisajes de Alicante y sus autorretratos. Desde que llegué a esta ciudad, hace ya algunos lustros, he visto muchas veces esas calles, he tocado la luz, he gustado sus palmeras. Eso creía, al menos. 

Y llego a la exposición, y me encuentro a un mago que macera en el mortero de sus manos la luz del sol y nos la entrega fácil, espumosa y limpia a la vez, para que nuestros ojos ya no juzguen sino contemplen. Me muevo por la exposición y toco con la retina las calles pulidas del Barrio que se apretuja en la ladera del Benacantil sobre la bóveda de un cielo de azul oscuro, que se posa rotundo sobre la canela serena, suave e intensa a la vez, de sus tejados. Varela, era un hombre tímido, que hablaba poco. Hablar no es necesario, pintar sí. 

Me quedo delante de un cuadro pequeño, que se ha quedado para siempre delante de mí, mientras me enseña que es posible transformar un día cualquiera en un día que perdurará para siempre. Días que fluyen, y que alguien arranca y suspende en un lienzo, para enseñarnos que ese día de nada, a partir de ahora, será un nunca más que siempre habrá merecido la pena. Su espátula nos enseña que es posible arrancarle a la Belleza una lágrima de su rostro, y esculpirla en un cuadro para siempre. Varela vuelve locos a los investigadores. No dató sus obras. Se pintó a sí mismo más de cien veces. No le importaba el tiempo. Quería ser un todo continuo. Emilio Varela fue siendo él cada vez más, pero no hubo otro. Tampoco le importaron los viajes. Viajó poco. Prefería quedarse quieto, mirar, madurar ese mirar en su interior, porque sabía que llegar al interior de las personas es la tarea más difícil. 

Pisó en el lagar de su rica intimidad la luz cegadora de Alicante, la tierra seca y áspera, el verde brillar de los pinos y nos los devuelve como un río tranquilo que desemboca en nuestros ojos para anegarnos por dentro, para herirnos la razón y sacudirnos el corazón. El maestro nos muestra amablemente, sin forzar, ese más allá al que nunca llegaremos, pero que sabemos que está ahí, por mucho que se empeñen en decirnos que aquí sólo existe el dos más dos son cuatro. Hay algo en esos cuadros que nos quita la sed, pero que nos da más sed aún, curiosa paradoja. Y esa bebida que anhelamos no es precisamente lo fáctico, lo que está aquí y ahora. Es eso que está latente en los pliegues de una mañana cualquiera junto a los barcos del puerto, o aquellas casas vulgares que se recortan sobre el cielo, y quedan atrapadas para siempre en un lienzo pequeño, que por una vez nos hace sentirnos grandes, revolvernos, darnos la vuelta, volver la mirada sobre esas cosas tan ordinarias con las que vivimos, sobre esas personas con las que hablamos, reímos o lloramos. Son cosas que estaban ahí muertas, pero que en realidad nos sienten, nos viven, y en manos de Varela nos despiertan de nuestro sueño.

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La mentira





¿Cual es el deber de un buen periodista? 

Con el gran público. Servir al bien común. Si nosotros no estamos ahí para contar la verdad de lo que sucede, entonces lo dejamos en manos de los que quieren manipular, y nuestras familias quedan a merced de los que hacen las guerras, venden los productos y crean todos los desmanes en el mundo. Sin nosotros, no hay verdad, hay mentiras. 

[Entrevisa  a Jon Lee Anderson ,ABC 6/4/2010]


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jueves, abril 08, 2010

La larga batalla de Benedicto XVI para combatir los abusos sexuales


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