miércoles, marzo 18, 2015

EX-


Una conocida se ha separado. No es una gran noticia. Ni siquiera es ya noticia. Como dice un amigo mío, ¿conoces a alguien que no se haya separado? Pues muy bien, que se va a hacer y tal. Rezar, para que no acaben en los juzgados. Rezar para que haya un milagro que los haga perdonarse. Pero un milagro hace falta. Porque una vez que se toman las de Villadiego, una vez que se cruza la puerta de casa, viene el rencor más duro que el diamante. Pero milagros, a veces, haberlos haylos. Como las meigas. Alguno he visto.

Bueno, a lo que iba. Nuestra conocida. La veo por la calle sentada con alguien muuu guapo (la envidia es muy mala, ya saben). Demasiado para la edad que tiene (y dale con la envidia). Un pincel el chico. Ese pincel… no tiene cara de casado con hijos (¿envidia?). Con hijos conviviendo con él, claro. Hijos de week-end, no valen (¿envidia?). Eso no convalida. Y efestiviwonder. Días más tarde me entero que se separó. Hace tiempo. Yo de estas cosas siempre me entero muy tarde. De hecho hace ya tanto tiempo que ya está en el momento “encuentros en la tercera fase: cambio de cromos”. Cosas que pasan. Mucho. Ya nos devolverá el mar todos los trozos de estos naufragios.

Me da pena, sí. Pero lo que no me mola, es que semanas más tarde nos vea por la calle, un día de esos en los que te escapas de tus hijos en fase de despegue adolescente, en que huyes (literalmente) con tu mujer, y vas hablando con tu mujer (un lujo), mientras no te lo crees, sin niños a la vista, tienes una conversación de fondo, media hora, reseteas, vuelves a recordar aquello de pasear, y mira, que tienda más chula aquella, con la excusa de ir al súper o a devolver la chaquetilla que no le va al niño. Que bien se está aquí. Hagamos tres tiendas, cari. Y te encuentras a tu conocida en esa maravillosa calle, mira que es ancha la calle, y te dice ¿qué tal pareja?... ¡Qué sueltos se os ve!

Por la gloria de mi madre, que me mordí la lengua. Reconozco que la chica nos lo dijo, quizás, sin retintín, con envidia de la buena. Pero percibí un deja vu amargo. Ella no tenía todavía una pareja que mole. Ella tiene recambio, en prácticas. Lo siento. De verdad. Todavía no ha consolidado al maromo, y por lo que me intuyo, no lo va a consolidar. Ese deja vu amargo revela un subconsciente repleto de maromos suplentes. Espero que no. De todas formas, Loctite para ese corazón… no existe. Me duele. Lo siento. A lo mejor, sueña ella, la media naranja de su vida se desploma sobre su corazón.

Pero ya el tren del desengaño dejó el virus del do ut des, inoculado en las junturas del alma: el virus del que-me-das-para-que-yo-te-de, si-me-das-eso-es-porque-quieres-lo-otro: bueno, no déjalo, que esto es muy complicado. El cansancio del egoísmo, del sumar y restar siempre a mi favor, haciéndome el/la mártir. Se perdió la frescura del amor primero. De ahí sabor amargo del deja vu. Del desengaño. Del cinismo. Del yo ya sé cómo va esta movida. A mí no me la meten doblada más veces. Esta vez, daré si y solo si recibo. A verlas venir. Corazón con uñas de tigresa. Qué hay de lo mío. Y miras, por las noches de perfil a sus hijos, esa verdad hiriente, que te abofetea a ti a y tu ex- la mejilla, en plena cara. Quien tiene la culpa. No lo sé. Quizás él. Pero el recambio, sirve para herir, no para curar heridas. Sobre todo esos recambios muu guapos. Esos recambios que tienen pinta de portada del Hola de pueblo, para que se joda el ex. Me da mucha pena. De verdad. Pero que no me toquen las narices con la envidia. Hago flexiones de corazón todos los días. Y me entreno oiga. No sale gratis la cosa. Y me parece justo que no salga gratis.

Odio esas cosas. Primero, porque ven tu familia en la foto, y… oiiii… que monos. Que familia tan bonita tienes… Y me sale del alma: detrás de esa foto, hay alegrías y muchas lágrimas. Que yo no soy la Madre Teresa. Ni mi churri tampoco. Nos queremos, sí, y mucho. Pero el almíbar rosa para las pelis memas de Hollywood. Con casi 50 hay que cuidarse de los excesos, que acecha la diabetes. Ya las motos vendidas por los vendehúmos, se rompieron hace tiempo, y las grietas del cuerpo suben por la pared del alma, hacen una reflexión profunda cada mañana cuando pones el pie en el suelo, y se oye: ¡Ay! La experiencia, vamos.

Y además, si ya sé que lo que queda bien es “estar con una buena pareja”. Que buena pareja hacéis. Y si no, otra. Hay que buscar. Meterse en Internet, en Meetic, y que nos hagan el test de compatibilidad. Y aunque no funcione mucho, nos acostamos a ver si funciona. Que me quiten lo bailao, que ya va quedando menos. A ver, si es que ya nada funciona. Esto era cuestión de sexo, mucho sexo, y ahora es como el sexo de los ángeles. Nadie sabe cómo va a salir la cosa, nadie sabe un carajo. Hay que probar. El elixir de la felicidad “aparejada”.

Pues seré raro. Yo en esto soy Chestertoniano: precisamente ella es mi mujer, porque somos incompatibles. Alfa y Omega. Yin y Yang. Complementarios. Asertiva y dubitativo. Lectora de Best Sellers (puaj) y lector de ensayos filosóficos (raja de lo lindo sobre los plúmbeos ladrillos que leo). Firme y voluble. Tímido y parlanchina. Extrovertida e introvertido. Amante del sol, amante de la sombrilla. Trabajador del sector público, trabajadora en el privado. Poner a juntar las vidas, educar a los hijos. Imposible. Seguir casados. Una mentira. Si es que claro, no tienes lo que hay que tener, para mandar todo al carajo. Eres un hipócrita. Eso piensan algunos.

Pues no. Sigo, como Duracell. Lo único ex- es ella, mi exnovia. Con la que tengo algunos hijos. Cualquier día escribo una comedia de enredo… Porque el bicho matrimonio da para hablar. Pero si juntas matrimonio y efectos colaterales de cuñadas, sobrinos, suegras, etc: la realidad siempre supera a cualquier juego de Candy Crush.

Milagros de la incompatibilidad. De la complementariedad. Ella tiene lo que a te falta. No se cansará de hacértelo ver. Y él, por lo bajini, soltará cargas de profundidad. Antes o después. Si no, no funciona. En mi caso, casi veinte años, las cargas han hecho mella. Han pulido mi espíritu hasta los más recónditos sitios. Vaya que sí. Golpes a la línea de flotación de la arrogancia, del desconocimiento propio (con los años eso de golpear la línea de flotación no tiene mérito: cada vez es más ancha porque vas engordando…). Pero pasado el Rubicón de la sorpresa, del desconocimiento, aceptado que ella no es perfecta, y sí, ya sabíamos que yo tampoco, ya te lo tomas en plan relax (medio-relax, ojo, nunca del todo… que vienen curvas). Con risas. Risa va y risa viene. Y discusión de vez en cuando. Así crece el conocimiento mutuo. Y si faltaba algo, los hijos. Claro, es que es tan fácil educar. Y ellos, lo ponen tan fácil. Son muy majos. Como lo éramos nosotros con nuestros padres.

De eso se trata. De entre todas las que había, que no eran tantas… porque el listón estaba alto (demasiado alto para mí, je), apareció esa chica concreta. Dios la puso delante de tus narices. Y elegisteis, y caísteis, libremente. Irremediablemente. Pero lo guay viene ahora. Montañas rusas verás, Sancho. A veces no es fácil para ella. Ni para ti. Porque para ti es un tipo de persona que se llama mujer, que es como una persona que sientes más, que te sorprende más, que te descoloca mucho más, que pesa muchísimo en tu cuerpo, en tu horario, en tu vida real de aquí y ahora. Esto de quererse es intenso, complicado. Quererse es posible. Entenderse del todo, imposible. Es un misterio esto de las mujeres. Y lo de los hombres, cuando nos callamos y no hablamos, y somos pensativos, como tumbas, sin capacidad para desgranar lo que has hecho hoy, eso tan ordinario, que ella está loca por sopesar, por compartir, por vivir contigo. Insensibles, que se dice… ¿les suena? A nuestra manera. Osos en nuestra madriguera. Lo sufre oiga. Se lo curra, mucho. Porque la ecuación hombre/ mujer existe. Una ecuación de cojones (perdonen la expresión). Ecuación difícil, porque convivo con una persona. Y no hay quien la encasille. No sale todo como yo preveo. Ni a ella tampoco. Ella, yo somos previsibles, pero siempre acabamos sorprendiendo. Fíjate, al cabo de tantos años, me sale con esas… Nunca la podré meter en una urna, ni ella tampoco, y decir: te comprendo del todo, ya sé por dónde vas a salir, y te voy a colocar este gol. ¡Ja!

Nos dicen: el sexo los unirá. El sexo del bueno. Y cuanto más sexo más mejor. Y la falta de sexo los separará. Y los hijos los separarán. Y el trabajo los separará. Y la rutina los separará. Hágase la separación. El divorcio cuanto más exprés menos marrón dentro del marrón. Ya. Y seguimos como amigos…. ¡Ja!

Seguir queriendo querer. A pesar de las pifias. Y cada vez, cada año, se descubren detalles en el cuadro viviente de esa chica con la que construías los castillos en las nubes, los castillos de naipes del amor, cuando todo era plan, todo era mar y no había orilla donde apoyar los pies. Hasta que los pies los pusisteis en una orilla, que mira por donde, no era como tú y yo creíamos exactamente. Ni los hijos vendrían de esta manera, así, exactamente. Ni la casa, ni el trabajo, ni la vida. Cosas del despliegue del vivir, del respirar del misterioso corazón, del cariño. Ella ya sabe cómo estás nada más oírte. Nada más verte. Tú ya sabes cómo viene el toro de la tarde al llegar, con sólo doblar la esquina del pasillo. Eres un artista. Ella es una artista. Sabe tragarse sables. Y tú haces triples saltos mortales sin despeinarte. Y otra vez. Y tratas de hacer feliz a esa chica de ayer, que tienes a tu lado, pegada al oído. Que susurra cosas que nadie oirá jamás. Amor, bastante churro a veces, muchas veces. Y por eso saltan chispas, se corrige, se forja y se funde al otro. Se discute, y se le cantan las verdades del barquero. Necesario forjado y nunca suficiente. Sin ella, no me sabría ser yo mismo ahora. Ni ella volvería a andar, a hablar, a ver por esos ojos el mundo como lo ve ahora. Se quedaría clavada en el tiempo de los dos. Ese tiempo del que ya no se sale. De lo nuestro, de lo que no tuve y nunca tendré, porque sólo tú eres capaz de dármelo. Eso es lo que dejo a mis hijos. Como papá peleaba por mejorar, por pulirse para querer a su madre. A lo mejor, no acaban aprendiendo inglés bien. Pero sabrán que peleé para querer cada día más a esa mujer, que resulta que es su madre, de la que han heredado tantas cosas. Y recibido otras más importantes, porque heredar genes no es lo mismo que recibir. Recibir la forma del amor concreto de mi padre por mi madre, de mi madre por mi padre, es un regalo tan profundo y tan grande, que sólo se puede recibir a lo largo de una vida muy larga. Sólo al final, en el tiempo de descuento, vas pillando el lado oscuro (luminoso) de la trama. Por ser amante de mi mujer en prácticas, de la misma ex que decidió casarse conmigo, se más de mujeres que todos aquellos pobres que van buscando la compatibilidad con el computador de los buscadores de pareja de internet, de aquellos de gatillo fácil y recambio rápido que nunca encuentra la llave de su corazón.

Dios, que se empeña en jugar con nosotros. Al final, somos como niños, balbuceando, intentando aprender a saber cómo querer. No tenemos ni idea de cómo somos, de todos los defectos y pifias que hacemos. Tenemos la sensibilidad de un elefante. Y para eso “Dios creó a la mujer”. Carne de mi carne. La carne que le faltaba a tu carne para ser carne, cuerpo de verdad. Cuerpo de hombre, que te creías que lo sabías todo. Cuerpo de mujer que te creías que era el hombre eso. Pues toma dos tazas. Y en el cuerpo del hombre fuerte, está la debilidad. Y en el cuerpo tan bello y frágil de la mujer, está la fortaleza, increíble, más dura que el acero. Y cuando tú mujer, te crees que ese hombre débil, ese cuerpo quejica, no vale, surge ese tío que no te imaginabas, ese que llora, pero se bebe las lágrimas para adentro, que no se quiebra, porque está allí para proteger a su familia contra todo. Sólido como un muro de hormigón, frío y práctico como una espada. Y vuelta a empezar. Y tú hombre, en tu inteligencia abstracta, global, a largo plazo, en esa que no cabe nada más… hasta que llega la mujer. Concreta, práctica, humana. Tu coco, descubres, era un queso gruyere, lleno de tablas Excel, de cagadas, que no se sostienen en la vida real de aquellos que tienes a tú alrededor… ¿dónde te creías que estabas? ¿En la Casa Blanca arreglando el mundo, pedazo de troll? La unión hace la fuerza. Pero sólo funciona para aquellos que son lo bastante fuertes para ser humildes, para comprender que lo que les falta lo tienen al lado. Hay que pulirlo, sí. Pero con paciencia y cariño. Con mucha paciencia. Volver una y otra vez a limar una y otra vez con la lima de uñas los barrotes de la cárcel del egoísmo del yo. A veces, somos tan gilipollas, que no sabemos lo que tenemos en casa. No sabemos descubrirlo. Por orgullo. Por cabezonería.

Ella/Él tiene lo que te falta. Lo que no tienes. La media naranja es lo que no tienes tú. Y es humillante, y es divertido. Toda una vida para aprender a darse cuenta donde no llegas. No para uno de descubrir cosas. Si nos tragamos el orgullo, una y otra vez. Al final, hasta se le coge gusto a reírse de ese defecto que no se va a ir nunca. Y de los suyos. De esa forma que tiene de andar, de esos latiguillos que copian y pegan los hijos con retranca, de la manera de hacer guiños a esa hija, de hacer bromas, de ver ese coñazo de peli… otra vez. Para siempre. Si pero para llegar al para siempre, se pisa un camino de mejora permanente. Hasta que estemos pulidos, listos para el Amor definitivo.

Espero algún día poder decir: luché por amor hasta el final. Decir aquello de he peleado la buena batalla; he acabado la carrera; he guardado la fe (San Pablo, Carta a Timoteo, 4.7)

Vale la Pena.

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